Necesito lo más parecido posible a una pequeña catarsis.
Naruto terminó.
Ríanse si quieren, pero siento que voy a explotar. Hay algo intrínsecamente desolador y vaciante en el hecho de leer el final de una historia que has seguido a lo largo de tantos años. Me siento como cuando leí el final de Harry Potter, 10 años después de empezar a leer los libros, o como cuando acabas de leer la pinche Torre Oscura y te quedas así de: ah no mames. Es exactamente el mismo sentimiento de vacío descorazonador, como si alguien estuviera dándole vueltas lenta, muy lentamente a un cuchillo dentro de ti, matándote suavemente con el dolor de la insatisfacción, de la frustración, de la tristeza sutil y suave de la ficción larga que ha llegado a su fin. Es una sensación indescriptible, como un vacío que anhela ser llenado de nuevo, en mismo centro de tu pecho... tan estúpido y cursi como suena, sí, tan cliché y ridículo como suena, sí, pero a veces resulta que las palabras más cursis son las más ciertas.
Lo que más me caga de todo es ese pinche sentimiento de insatisfacción, como si sin importar lo que hubiera pasado al final, nada hubiera sido lo adecuado, o lo perfecto. La perfección en la ficción existe muy raras veces, y menos en la ficción serializada que sale cada pinche semana. Todo esto viene a comprobar el varias veces comprobado axioma de que entre más esperado sea un final, menos satisfecho te va a quedar.
Los finales apestan, o, en las palabras inmortales de Stephen King, los finales son descorazonadores. Final es otra forma de decir adiós.
Masashi Kishimoto ha cerrado esa puerta que ningún hombre o manni puede volver a abrir, es tan triste, tan dulcemente desolador.
Y cuando llegue el final de A Song of Ice and Fire... va a pasar la misma chingadera.